Algunos consideran que Dios se
rebajaría si diera instrucciones en cuanto al régimen alimentario humano. ¿Por
qué habría Dios de preocuparse de lo que comemos?
Podríamos ampliar ese concepto preguntando cuál será la razón por la que Dios se interesa en el hombre. "¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria?", es la pregunta del salmista (Sal. 8:4).
Cristo la contestó
diciéndonos que Dios no sólo se interesa en el hombre, sino también en muchas
cosas aun menos valiosas (Luc. 12:7).
El hombre está hecho a la imagen
de Dios. Los gorriones no comparten ese honor. Se dice que el hombre es
precioso a la vista de Dios y de más valor "que el oro fino",
"más que el oro de Ofir" (Isa. 13:12; 43:4). La medida de la
estimación que Dios tiene del hombre es demostrada en que se identifica con él.
"Porque el que os toca, toca a la niña de su ojo" (Zac. 2:8). Además,
el hecho de que Dios pagara un precio tan elevado para lograr la redención del
hombre, para el cristiano es una señal del valor que Dios le adjudica. Por lo tanto, podemos confiar que cualquier
cosa que afecta al hombre es de interés para Dios.
Las leyes divinas
sobre la alimentación no son, como algunos lo suponen, simplemente negativas y
prohibitorias. Dios desea que el hombre disponga de lo mejor de todas las
cosas, "lo mejor del trigo" (Sal. 81: 16; 147: 14). Aquel que creó
todas las cosas sabe lo que más conviene a sus criaturas y, de acuerdo con su
sabiduría, da consejos y recomendaciones. "No quitará el bien a los que
andan en integridad" (Sal. 84: 11). Lo que Dios prohíbe no lo prohíbe en
forma arbitraria, sino para el bien del hombre. Los hombres pueden menospreciar
el consejo divino, pero la experiencia 769 y los resultados finales siempre
demuestran la sabiduría celestial.
Dios le dio al hombre un maravilloso cuerpo con posibilidades casi ilimitadas, PERO QUE TAMBIÉN CONSTA DE MUCHOS ÓRGANOS DELICADOS, que deben ser cuidadosamente protegidos del abuso si es que han de funcionar bien.
Dentro del cuerpo mismo Dios ha
dispuesto lo necesario para el cuidado y la mantención de sus diversos órganos,
y aun para su renovación, si se siguen las instrucciones dadas por él.
En muchos casos es
posible comenzar un proceso de rehabilitación aun años después de haber abusado
del cuerpo.
Los poderes recuperativos de la
naturaleza son maravillosos. En el momento mismo de sufrir una herida, las
fuerzas vitales del cuerpo inmediatamente comienzan a reparar el daño hecho. Los
médicos pueden ayudar y hacer un gran bien, pero no tienen poder sanador. En
muchos casos lo único que pueden hacer es dejar que Dios obre.
ALGUNOS
INSISTEN en que Dios se interesa más por el alma del hombre que por su cuerpo; que
los valores espirituales son superiores a los físicos. Esto es cierto, pero
debe recordarse que el cuerpo y el alma están íntimamente interrelacionados,
que el uno afecta poderosamente al otro, y que no siempre es fácil decir dónde
comienza uno y termina el otro.
Aunque concordamos en que el
hombre espiritual es de suprema importancia, no creemos que por eso deba
descuidarse el cuerpo. Tal era la filosofía de ciertos
"santos" medievales que se mortificaban el cuerpo para beneficio del
alma; pero ése no era el plan de Dios. Unió el cuerpo con el alma para
que se beneficiaran mutuamente.
LA DECLARACIÓN "porque cual es su
pensamiento en su corazón, tal es él" (Prov. 23:7) toca uno de los
problemas fundamentales de la vida. El hombre es lo que piensa. ¿Es un proceso
físico el pensamiento? ¿Pueden existir los pensamientos independientemente de
algún tipo de mecanismo que sea capaz de pensar? Sea lo que fuere el pensamiento,
de todos modos determina la conducta. Si una persona piensa en forma
correcta, es probable que su conducta sea correcta. Si la mente se ocupa en lo
malo, las acciones serán malas.
¿TIENE
EL CUERPO ALGUNA INFLUENCIA SOBRE EL PENSAMIENTO DEL HOMBRE?
Por cierto que sí. Todos saben
que ingerir bebidas embriagantes afecta tanto el pensamiento como las acciones.
El alcohol desbarata el juicio del hombre y tiende a hacerlo irresponsable. Su
mente no funciona como cuando está sobrio; sus facultades no operan
normalmente; todas sus reacciones se retardan. Si maneja un automóvil, se
convierte en un peligro para otros y en un homicida en potencia (ver com. cap.
10: 9).
La mayoría de los hombres admiten
que la bebida tiene malos efectos. ¿Pueden tener efectos similares los hábitos
erróneos de alimentación? Sí, aunque quizás no sean tan notables como los del
alcohol. El alimento afecta la conducta y el pensamiento del hombre. Más de un
muchacho ha recibido una paliza porque las tostadas del padre se habían
quemado, o porque el café estaba chirle o frío. Más de un divorcio ha tenido su
origen en el departamento culinario de la casa. Los vendedores no esperan
concretar buenas ventas frente a clientes dispépticos.
El abogado astuto sabe que hay un
momento adecuado para acercarse a un juez venal en busca de una consideración
favorable; y los diplomáticos y estadistas conocen el valor de un banquete
opíparo. Si se combinan en forma hábil
el vino y los alimentos, se puede llegar a acuerdos que nunca se firmarían si
los contratantes hubieran estado en pleno uso de sus facultades normales. Tales
acuerdos han sido la maldición del mundo por generaciones.
¿AFECTA A LA MENTE EL ALIMENTO? ¿AFECTAN EL ESPÍRITU LA COMIDA Y LA BEBIDA? POR SU PUESTO.
Una perspectiva agria de la vida a menudo nace de un estómago ácido. El comer bien no necesariamente producirá un genio agradable; pero comer mal entorpece el vivir a la altura de la norma fijada por Dios.
Las leyes divinas
que rigen la alimentación no son pronunciamientos arbitrarios que privan al
hombre del gozo de comer. Son más bien leyes sensatas y justas que el hombre
hará bien en acatar si desea mantener la salud, o tal vez recobrarla.
Por regla general
se encontrará que el alimento que Dios aprueba es el mismo que los hombres han
descubierto que es el mejor, y que el desacuerdo no proviene de lo que se
aprueba, sino de lo que se prohíbe.
Estos estatutos alimentarlos
fueron dados al Israel de antaño y se adaptaban a sus circunstancias. La
mayoría de los judíos aún los respeta, y estas leyes han servido bien durante
más de 3.000 años.
La condición física de los 770 judíos da testimonio de que estas
reglas no son obsoletas ni han perdido su vigencia, si es que entendemos que su
propósito es el de producir un pueblo notablemente libre de muchas de las
enfermedades que azotan a los hombres hoy. A pesar de las persecuciones y las
penalidades sufridas por los judíos, mayores que las experimentadas por
cualquier otra nación sobre la faz de la tierra, y por períodos más largos, en
general los judíos son una raza vigorosa. Al menos en parte, este hecho se
explica por su obediencia a las leyes sobre alimentación presentadas por Dios
en Lev. 11.
Las leyes impartidas a
Israel en el Sinaí trataban de todos los aspectos de su deber para con Dios y
el hombre.
ESTAS
LEYES PUEDEN CLASIFICARSE DE LA SIGUIENTE MANERA:
1. MORALES. Los principios
expresados en el Decálogo reflejan el carácter divino, y son tan inmutables
como Dios mismo (ver Mat. 5:17,18; Rom. 3:31).
2. CEREMONIALES. Estas leyes se
ocupaban del sistema de culto que prefiguraba la cruz, y que por lo tanto dejó
de existir en ocasión de la muerte de Jesús (Col. 2:14-17; Heb. 7:12).
3. CIVILES. Estas leyes
aplicaban los amplios principios de los Diez Mandamientos a la estructura del
antiguo Israel como nación. Aunque este código quedó invalidado cuando el
Israel antiguo dejó de ser una nación, y no ha sido puesto en vigor como tal en
el Estado de Israel moderno, que no es una teocracia, sin embargo, los principios
fundamentales de justicia y equidad comprendidos siguen teniendo validez.
4. DE SALUD. Los principios
de alimentación de Lev. 11, junto con otras reglas higiénicas, fueron dados por
el sabio Creador para fomentar la salud y la longevidad (ver Exo. 15:26; 23:25;
Deut. 7:15; Sal. 105:37; PP 396).
Por Estar Basados En La
Naturaleza Y Las Necesidades Del Cuerpo Humano, Estos Principios No Pueden Ser
Afectados De Ninguna Manera Ni Por La Cruz Ni Por La Desaparición Temporal De Israel
Como Nación. Estos principios que
fomentaban la salud hace 3.500 años, producirán los mismos resultados hoy.
El cristiano sincero considera que su cuerpo es templo del Espíritu Santo (1 Cor. 3:16,17; 6:19,20). El aprecio de este hecho lo llevará, entre otras cosas, a comer y beber para la gloria de Dios, es decir, a regir su alimentación por la voluntad revelada de Dios (1 Cor. 9:27; 10:31). Por eso, para ser consecuente, debe reconocer y obedecer los principios enunciados en Lev. 11.
NOTA
ADICIONAL AL CAPÍTULO 11 PROPIA DE LA EDICION CASTELLANA
El cap. 11 de Lev. puede suscitar
algunas preguntas y dudas en cuanto a la forma en que aparecen allí agrupados
diversos animales. Por eso, recuérdese que fue el sabio naturalista sueco
Carlos Linneo (1707-1778) quien puso las bases de la moderna clasificación
zoológica en su libro Systema Naturae de 1758. Esta fue revisada por Lamarck
(1744-1829), en 1801; en 1829, por Cuvier (17691832), quien introdujo varios
cambios al dividir los animales en cuatro ramas; por Leuckart, en 1840;
Agassiz, en 1859; Haeckel en 1864 y Ray Lankester, en 1877. Todos ellos dieron
forma al aspecto general que presenta la clasificación que usamos actualmente
en zoología. En rigor de verdad, la clasificación es artificial, hecha para
estudiar en forma ordenada los animales que presentan características comunes.
En último término, la
clasificación que se halla en los libros de ciencia natural es un artificio que
no siempre sigue una lógica rigurosa. Afirmamos esto porque una cantidad de
animales han sido clasificados -por supuesto mucho después de Linneo -
obedeciendo a un criterio basado en la idea de la evolución.
Entre ellos podemos mencionar al
anfioxo, animalito semejante a un "pececito" (supuesto eslabón entre
los invertebrados y los vertebrados) que se encuentra en las playas del sur de
la Argentina. Otro ejemplo está constituido por ciertos parásitos de algunos
calamares que viven en el océano Indico. Se trata del Filum mesozoa, formado
por diminutos animales en forma de gusanos, denominados Dicyema y Rhopalura. Los
Dicyema viven como parásitos en los riñones (nefridios) de pulpos y calamares. Los
Rhopalura son raros parásitos de los tejidos y las cavidades de lombrices y
estrellas de mar. Los evolucionistas hacen para estos animalitos toda una gran
división -denominada Phylum- porque suponen que son un eslabón entre dos etapas
de 771 la evolución; intermediarios
entre los animales de una sola célula y los que están formados por muchas.
Esto confirma lo que ya dijimos,
que todas las divisiones en la clasificación son conceptos humanos, puesto que
en la naturaleza sólo existen individuos (por ejemplo, un gato) o poblaciones
animales (por ejemplo, una colmena).
Con el propósito de documentar lo
que acabamos de afirmar en el párrafo precedente, recurrimos a la autoridad del
catedrático Tracy I. Storee, profesor de zoología y zoólogo de la Estación
Experimental de Agricultura de la Universidad de California, en Davis. Nos
informa: "Los zoólogos concuerdan bastante bien en mucho de lo que atañe a
la clasificación animal, pero no hay dos que tengan exactamente la misma
opinión en cuanto a todos los detalles. Como resultado, no hay dos libros que
contengan esquemas idénticos de clasificación" (General Zoology, pág. 260,
McGraw Hill, Book Company Inc., Nueva York, 1951). Esta obra es libro guía en
más de uno de los principales museos argentinos.
Todas las agrupaciones
particulares llamadas género, especie, clase, orden, familia, etc. son producto
del ingenio humano para estudiar ordenadamente los animales, de los que hay unas
900.000 formas distintas. Nadie podría familiarizarse más que con una pequeña
porción de tan gran número de animales conocidos.
Dado que uno de los propósitos de
la zoología es obtener una perspectiva de la totalidad del reino animal, se
hizo necesario algún artificio para agruparlos con fines de estudio. Esta
función es cumplida por una división de la ciencia llamada zoología sistemática,
taxonomía o clasificación. La nomenclatura de los animales se ha basado en sus
caracteres y supuesto origen. La llamada clasificación natural se funda en la
teoría de la evolución y es un esfuerzo para indicar el supuesto árbol
genealógico del reino animal y sus subdivisiones. En tal nomenclatura, los
evolucionistas consideran esencial distinguir los caracteres homólogos o de
presunto origen similar, y los análogos, o de funciones parecidas.
En Vista De Lo
Expuesto, la nomenclatura que se utiliza en la Biblia es tan legítima como
cualquier otra. Al estudiarla se recibe la impresión de que está hecha a
propósito en el lenguaje popular para que se pudiera entender con facilidad de
qué animales se trataba. Sin embargo, en nuestros días -a muchos siglos de
distancia, en ambientes donde hay animales que no existían en las zonas
bíblicas y viceversa, y con los problemas propios de los cambios y las
mutaciones inherentes a todos los idiomas - se ha perdido o resulta dudoso el
significado de varios de esos nombres. Con todo, es posible estudiar la
orientación que nos proporciona el pueblo hebreo -por lo menos el sector fiel a
las enseñanzas dadas por Dios por medio de Moisés- que los ha transmitido a
través de su tradición.
Así puede ser mejor nuestro
conocimiento en los casos de duda, como los que figuran en Lev. 11:22 donde se
habla del "argol" y el "hagab", imposibles de identificar. Anotaremos
que "argol" y "hagab" ("jargol" y
"jagab" en la BJ) son meras transliteraciones de palabras hebreas; no
son en realidad traducciones.
Anotaremos también que el
animal limpio llamado "langostín" (cap. 11:22) no debe confundirse
con el "langostino" marítimo. El primero dispone de cuatro patas, dos
"piernas" "para saltar" y es "alado". Es evidente que son características
imposibles de confundir con las de un animal marítimo.
En caso de una legítima
vacilación acerca de si determinado animal es "limpio" o
"inmundo", bien vale la pena aplicar el sabio adagio latino "En
la duda, abstente". Más todavía, es
necesario obedecer la admonición bíblica: "El que duda sobre lo que come,
es condenado, porque no lo hace con fe; y todo lo que no proviene de fe, es
pecado" (Rom. 14:23). 1CBA/MHP