lunes, 2 de agosto de 2021

LEVÍTICO 11. NOTA ADICIONAL

Algunos consideran que Dios se rebajaría si diera instrucciones en cuanto al régimen alimentario humano. ¿Por qué habría Dios de preocuparse de lo que comemos?

Podríamos ampliar ese concepto preguntando cuál será la razón por la que Dios se interesa en el hombre. "¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria?", es la pregunta del salmista (Sal. 8:4). 

Cristo la contestó diciéndonos que Dios no sólo se interesa en el hombre, sino también en muchas cosas aun menos valiosas (Luc. 12:7).

El hombre está hecho a la imagen de Dios. Los gorriones no comparten ese honor. Se dice que el hombre es precioso a la vista de Dios y de más valor "que el oro fino", "más que el oro de Ofir" (Isa. 13:12; 43:4). La medida de la estimación que Dios tiene del hombre es demostrada en que se identifica con él. "Porque el que os toca, toca a la niña de su ojo" (Zac. 2:8). Además, el hecho de que Dios pagara un precio tan elevado para lograr la redención del hombre, para el cristiano es una señal del valor que Dios le adjudica.  Por lo tanto, podemos confiar que cualquier cosa que afecta al hombre es de interés para Dios.

Las leyes divinas sobre la alimentación no son, como algunos lo suponen, simplemente negativas y prohibitorias. Dios desea que el hombre disponga de lo mejor de todas las cosas, "lo mejor del trigo" (Sal. 81: 16; 147: 14). Aquel que creó todas las cosas sabe lo que más conviene a sus criaturas y, de acuerdo con su sabiduría, da consejos y recomendaciones. "No quitará el bien a los que andan en integridad" (Sal. 84: 11). Lo que Dios prohíbe no lo prohíbe en forma arbitraria, sino para el bien del hombre. Los hombres pueden menospreciar el consejo divino, pero la experiencia 769 y los resultados finales siempre demuestran la sabiduría celestial.

Dios le dio al hombre un maravilloso cuerpo con posibilidades casi ilimitadas, PERO QUE TAMBIÉN CONSTA DE MUCHOS ÓRGANOS DELICADOS, que deben ser cuidadosamente protegidos del abuso si es que han de funcionar bien.

Dentro del cuerpo mismo Dios ha dispuesto lo necesario para el cuidado y la mantención de sus diversos órganos, y aun para su renovación, si se siguen las instrucciones dadas por él.

En muchos casos es posible comenzar un proceso de rehabilitación aun años después de haber abusado del cuerpo.

Los poderes recuperativos de la naturaleza son maravillosos. En el momento mismo de sufrir una herida, las fuerzas vitales del cuerpo inmediatamente comienzan a reparar el daño hecho. Los médicos pueden ayudar y hacer un gran bien, pero no tienen poder sanador. En muchos casos lo único que pueden hacer es dejar que Dios obre.

ALGUNOS INSISTEN en que Dios se interesa más por el alma del hombre que por su cuerpo; que los valores espirituales son superiores a los físicos. Esto es cierto, pero debe recordarse que el cuerpo y el alma están íntimamente interrelacionados, que el uno afecta poderosamente al otro, y que no siempre es fácil decir dónde comienza uno y termina el otro.

Aunque concordamos en que el hombre espiritual es de suprema importancia, no creemos que por eso deba descuidarse el cuerpo. Tal era la filosofía de ciertos "santos" medievales que se mortificaban el cuerpo para beneficio del alma; pero ése no era el plan de Dios. Unió el cuerpo con el alma para que se beneficiaran mutuamente.

LA DECLARACIÓN "porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él" (Prov. 23:7) toca uno de los problemas fundamentales de la vida. El hombre es lo que piensa. ¿Es un proceso físico el pensamiento? ¿Pueden existir los pensamientos independientemente de algún tipo de mecanismo que sea capaz de pensar? Sea lo que fuere el pensamiento, de todos modos determina la conducta. Si una persona piensa en forma correcta, es probable que su conducta sea correcta. Si la mente se ocupa en lo malo, las acciones serán malas.

¿TIENE EL CUERPO ALGUNA INFLUENCIA SOBRE EL PENSAMIENTO DEL HOMBRE?

Por cierto que sí. Todos saben que ingerir bebidas embriagantes afecta tanto el pensamiento como las acciones. El alcohol desbarata el juicio del hombre y tiende a hacerlo irresponsable. Su mente no funciona como cuando está sobrio; sus facultades no operan normalmente; todas sus reacciones se retardan. Si maneja un automóvil, se convierte en un peligro para otros y en un homicida en potencia (ver com. cap. 10: 9).

La mayoría de los hombres admiten que la bebida tiene malos efectos. ¿Pueden tener efectos similares los hábitos erróneos de alimentación? Sí, aunque quizás no sean tan notables como los del alcohol. El alimento afecta la conducta y el pensamiento del hombre. Más de un muchacho ha recibido una paliza porque las tostadas del padre se habían quemado, o porque el café estaba chirle o frío. Más de un divorcio ha tenido su origen en el departamento culinario de la casa. Los vendedores no esperan concretar buenas ventas frente a clientes dispépticos.

El abogado astuto sabe que hay un momento adecuado para acercarse a un juez venal en busca de una consideración favorable; y los diplomáticos y estadistas conocen el valor de un banquete opíparo.  Si se combinan en forma hábil el vino y los alimentos, se puede llegar a acuerdos que nunca se firmarían si los contratantes hubieran estado en pleno uso de sus facultades normales. Tales acuerdos han sido la maldición del mundo por generaciones.

¿AFECTA A LA MENTE EL ALIMENTO? ¿AFECTAN EL ESPÍRITU LA COMIDA Y LA BEBIDA? POR SU PUESTO.

Una perspectiva agria de la vida a menudo nace de un estómago ácido. El comer bien no necesariamente producirá un genio agradable; pero comer mal entorpece el vivir a la altura de la norma fijada por Dios.

Las leyes divinas que rigen la alimentación no son pronunciamientos arbitrarios que privan al hombre del gozo de comer. Son más bien leyes sensatas y justas que el hombre hará bien en acatar si desea mantener la salud, o tal vez recobrarla.

Por regla general se encontrará que el alimento que Dios aprueba es el mismo que los hombres han descubierto que es el mejor, y que el desacuerdo no proviene de lo que se aprueba, sino de lo que se prohíbe.

Estos estatutos alimentarlos fueron dados al Israel de antaño y se adaptaban a sus circunstancias. La mayoría de los judíos aún los respeta, y estas leyes han servido bien durante más de 3.000 años.

La condición física de los 770 judíos da testimonio de que estas reglas no son obsoletas ni han perdido su vigencia, si es que entendemos que su propósito es el de producir un pueblo notablemente libre de muchas de las enfermedades que azotan a los hombres hoy. A pesar de las persecuciones y las penalidades sufridas por los judíos, mayores que las experimentadas por cualquier otra nación sobre la faz de la tierra, y por períodos más largos, en general los judíos son una raza vigorosa. Al menos en parte, este hecho se explica por su obediencia a las leyes sobre alimentación presentadas por Dios en Lev. 11.

Las leyes impartidas a Israel en el Sinaí trataban de todos los aspectos de su deber para con Dios y el hombre.

ESTAS LEYES PUEDEN CLASIFICARSE DE LA SIGUIENTE MANERA:

1. MORALES. Los principios expresados en el Decálogo reflejan el carácter divino, y son tan inmutables como Dios mismo (ver Mat. 5:17,18; Rom. 3:31).

2. CEREMONIALES. Estas leyes se ocupaban del sistema de culto que prefiguraba la cruz, y que por lo tanto dejó de existir en ocasión de la muerte de Jesús (Col. 2:14-17; Heb. 7:12).

3. CIVILES. Estas leyes aplicaban los amplios principios de los Diez Mandamientos a la estructura del antiguo Israel como nación. Aunque este código quedó invalidado cuando el Israel antiguo dejó de ser una nación, y no ha sido puesto en vigor como tal en el Estado de Israel moderno, que no es una teocracia, sin embargo, los principios fundamentales de justicia y equidad comprendidos siguen teniendo validez.

4. DE SALUD. Los principios de alimentación de Lev. 11, junto con otras reglas higiénicas, fueron dados por el sabio Creador para fomentar la salud y la longevidad (ver Exo. 15:26; 23:25; Deut. 7:15; Sal. 105:37; PP 396).

Por Estar Basados En La Naturaleza Y Las Necesidades Del Cuerpo Humano, Estos Principios No Pueden Ser Afectados De Ninguna Manera Ni Por La Cruz Ni Por La Desaparición Temporal De Israel Como Nación. Estos principios que fomentaban la salud hace 3.500 años, producirán los mismos resultados hoy.

El cristiano sincero considera que su cuerpo es templo del Espíritu Santo (1 Cor. 3:16,17; 6:19,20). El aprecio de este hecho lo llevará, entre otras cosas, a comer y beber para la gloria de Dios, es decir, a regir su alimentación por la voluntad revelada de Dios (1 Cor. 9:27; 10:31). Por eso, para ser consecuente, debe reconocer y obedecer los principios enunciados en Lev. 11.

NOTA ADICIONAL AL CAPÍTULO 11 PROPIA DE LA EDICION CASTELLANA

El cap. 11 de Lev. puede suscitar algunas preguntas y dudas en cuanto a la forma en que aparecen allí agrupados diversos animales. Por eso, recuérdese que fue el sabio naturalista sueco Carlos Linneo (1707-1778) quien puso las bases de la moderna clasificación zoológica en su libro Systema Naturae de 1758. Esta fue revisada por Lamarck (1744-1829), en 1801; en 1829, por Cuvier (17691832), quien introdujo varios cambios al dividir los animales en cuatro ramas; por Leuckart, en 1840; Agassiz, en 1859; Haeckel en 1864 y Ray Lankester, en 1877. Todos ellos dieron forma al aspecto general que presenta la clasificación que usamos actualmente en zoología. En rigor de verdad, la clasificación es artificial, hecha para estudiar en forma ordenada los animales que presentan características comunes.

En último término, la clasificación que se halla en los libros de ciencia natural es un artificio que no siempre sigue una lógica rigurosa. Afirmamos esto porque una cantidad de animales han sido clasificados -por supuesto mucho después de Linneo - obedeciendo a un criterio basado en la idea de la evolución.

Entre ellos podemos mencionar al anfioxo, animalito semejante a un "pececito" (supuesto eslabón entre los invertebrados y los vertebrados) que se encuentra en las playas del sur de la Argentina. Otro ejemplo está constituido por ciertos parásitos de algunos calamares que viven en el océano Indico. Se trata del Filum mesozoa, formado por diminutos animales en forma de gusanos, denominados Dicyema y Rhopalura. Los Dicyema viven como parásitos en los riñones (nefridios) de pulpos y calamares. Los Rhopalura son raros parásitos de los tejidos y las cavidades de lombrices y estrellas de mar. Los evolucionistas hacen para estos animalitos toda una gran división -denominada Phylum- porque suponen que son un eslabón entre dos etapas de 771 la evolución; intermediarios entre los animales de una sola célula y los que están formados por muchas.

Esto confirma lo que ya dijimos, que todas las divisiones en la clasificación son conceptos humanos, puesto que en la naturaleza sólo existen individuos (por ejemplo, un gato) o poblaciones animales (por ejemplo, una colmena).

Con el propósito de documentar lo que acabamos de afirmar en el párrafo precedente, recurrimos a la autoridad del catedrático Tracy I. Storee, profesor de zoología y zoólogo de la Estación Experimental de Agricultura de la Universidad de California, en Davis. Nos informa: "Los zoólogos concuerdan bastante bien en mucho de lo que atañe a la clasificación animal, pero no hay dos que tengan exactamente la misma opinión en cuanto a todos los detalles. Como resultado, no hay dos libros que contengan esquemas idénticos de clasificación" (General Zoology, pág. 260, McGraw Hill, Book Company Inc., Nueva York, 1951). Esta obra es libro guía en más de uno de los principales museos argentinos.

Todas las agrupaciones particulares llamadas género, especie, clase, orden, familia, etc. son producto del ingenio humano para estudiar ordenadamente los animales, de los que hay unas 900.000 formas distintas. Nadie podría familiarizarse más que con una pequeña porción de tan gran número de animales conocidos.

Dado que uno de los propósitos de la zoología es obtener una perspectiva de la totalidad del reino animal, se hizo necesario algún artificio para agruparlos con fines de estudio. Esta función es cumplida por una división de la ciencia llamada zoología sistemática, taxonomía o clasificación. La nomenclatura de los animales se ha basado en sus caracteres y supuesto origen. La llamada clasificación natural se funda en la teoría de la evolución y es un esfuerzo para indicar el supuesto árbol genealógico del reino animal y sus subdivisiones. En tal nomenclatura, los evolucionistas consideran esencial distinguir los caracteres homólogos o de presunto origen similar, y los análogos, o de funciones parecidas.

En Vista De Lo Expuesto, la nomenclatura que se utiliza en la Biblia es tan legítima como cualquier otra. Al estudiarla se recibe la impresión de que está hecha a propósito en el lenguaje popular para que se pudiera entender con facilidad de qué animales se trataba. Sin embargo, en nuestros días -a muchos siglos de distancia, en ambientes donde hay animales que no existían en las zonas bíblicas y viceversa, y con los problemas propios de los cambios y las mutaciones inherentes a todos los idiomas - se ha perdido o resulta dudoso el significado de varios de esos nombres. Con todo, es posible estudiar la orientación que nos proporciona el pueblo hebreo -por lo menos el sector fiel a las enseñanzas dadas por Dios por medio de Moisés- que los ha transmitido a través de su tradición.

Así puede ser mejor nuestro conocimiento en los casos de duda, como los que figuran en Lev. 11:22 donde se habla del "argol" y el "hagab", imposibles de identificar. Anotaremos que "argol" y "hagab" ("jargol" y "jagab" en la BJ) son meras transliteraciones de palabras hebreas; no son en realidad traducciones.

Anotaremos también que el animal limpio llamado "langostín" (cap. 11:22) no debe confundirse con el "langostino" marítimo. El primero dispone de cuatro patas, dos "piernas" "para saltar" y es "alado".  Es evidente que son características imposibles de confundir con las de un animal marítimo.

En caso de una legítima vacilación acerca de si determinado animal es "limpio" o "inmundo", bien vale la pena aplicar el sabio adagio latino "En la duda, abstente".  Más todavía, es necesario obedecer la admonición bíblica: "El que duda sobre lo que come, es condenado, porque no lo hace con fe; y todo lo que no proviene de fe, es pecado" (Rom. 14:23). 1CBA/MHP 


jueves, 27 de mayo de 2021

SOBRE LA POSESIÓN DEMONIACA.

Para algunas personas resulta muy difícil aceptar que los malos espíritus, o demonios, puedan posesionarse de los seres humanos. Por eso atribuyen los fenómenos de lo que la Biblia llama posesión demoníaca a causas naturales, especialmente a diversas enfermedades físicas y nerviosas, tales como epilepsia y locura. Otros, que aceptan como reales las 563 afirmaciones de los Evangelios acerca de la posesión demoníaca, no siempre han tomado en cuenta la naturaleza y la relación de las enfermedades físicas y nerviosas acompañantes. En esta nota se procurará explicar el problema en lo que concierne tanto al dominio satánico de las vidas de todos los impíos en general, como al sentido más restringido de posesión demoníaca, con sus manifestaciones somáticas y psíquicas acompañantes.

EL DOMINIO DEL ESPÍRITU SANTO.- Por medio de la obra del Espíritu Santo (1Cor. 3: 16; 6: 19; 2 Cor. 6: 16; Efe. 2: 22) Cristo mora en la mente de aquellos que, por su propia y libre elección, desean servirle (2 Cor. 5: 14; Gál. 2: 20; Col. 1: 27; etc.; cf. DMJ 142-143). A medida que, mediante la cooperación de ellos, Cristo obra en sus vidas tanto el querer como el hacer por su buena voluntad (Fil. 2: 13), predomina un poder que proviene de lo alto y que coloca las tendencias naturales en armonía con los principios divinos (Rom. 8: 29; Gál. 5: 22-23; 2 Tes. 2: 14). Sólo los que así entregan el dominio de su mente a Dios, en todo el sentido de la palabra, pueden tener una "mente sana" y disfrutar de una estabilidad mental y emotiva completa y verdadera (ver 2 Tim. 1: 7; cf. Isa. 26: 3-4). Nadie que elige el servicio de Dios será dejado a merced del poder de Satanás (M(, 61-62; cf. DTG 23). Fortalecidos por el poder divino, se vuelven invulnerables contra los ataques de Satanás (DTG 179, 291).

EL DOMINIO DE UN ESPÍRITU MALO.- Por otro lado, todos los que rechazan la verdad, o la desprecian, demuestran que obedecen al maligno (MC 61; DTG 289, 308). Los que persistentemente rehusan obedecer las insinuaciones del Espíritu Santo, o las descuidan entregándose, en cambio, al dominio de Satanás, desarrollan un carácter que cada vez se parece más al del maligno (Juan 8: 34, 41, 44; DTG 304, 396). La conciencia y la facultad de elección establecen un molde de conducta basado en los principios de Satanás (ver Rom. 6: 12-16; DTG 221). A medida que los hombres así se separan progresivamente de la influencia y del dominio del Espíritu Santo (ver Efe. 4: 30; com. Exo. 4: 21), finalmente se encuentran del todo a merced del diablo (ver DTG 221, 290-291; cf. 601, 645; Juan 6: 70). Retenidos firmemente por una voluntad más fuerte que la de ellos, por sí mismos no pueden escapar del poder del maligno (MC 62). Automáticamente piensan y proceden como Satanás les ordena. Cada vez que la Inspiración hace resaltar la causa, declara que la posesión demoníaca es el resultado de una vida mala (DTG 221). La fascinante carrera de placeres mundanos termina en las tinieblas de la desesperación o en "la locura de un alma arruinada" (DTG 222).

GRADOS DE DOMINIO DEMONÍACO.- El proceso de la formación del carácter es gradual, y, por lo tanto, hay grados de dominio o posesión, ya sea del Espíritu Santo o de los malos espíritus (Rom. 12: 2). Todos los que no se entregan sin reservas para que el Espíritu Santo more en ellos, están, en mayor o menor grado, bajo el dominio -en la posesión- de Satanás (ver Luc. 11: 23; Rom. 6: 12-16; 2 Ped. 2: 18-19; DTG 291, 308). Todo lo que no esté en armonía con la voluntad de Dios -todo intento de perjudicar a otros, cada manifestación de egoísmo, cada intento de fomentar principios erróneos- en cierto sentido de la palabra, es una prueba de dominio o posesión del demonio (DTG 213, 308). Cada vez que hay una entrega al mal, el resultado es un cuerpo debilitado, una mente más oscurecida, un alma más degradada (DTG 308). 

Con todo, en cada punto del proceso de su formación "el carácter se da a conocer, no por las obras buenas o malas que de vez en cuando se ejecuten, sino por la tendencia de las palabras y de los actos habituales de la vida diaria" (CC 58). De modo que la principal diferencia entre los que responden en forma ocasional y los que responden habitualmente a las insinuaciones de Satanás es una diferencia de grado y no de clase. La vida del rey Saúl es un ejemplo claro de lo que sucede a quienes se someten al dominio de los demonios (1 Sam. 13: 8-14; 15: 10-35; 16: 14-23; 28: 1-25; PP 733-736).

FORMAS DE DOMINIO DEMONÍACO.- No sólo varía el grado de dominio o de posesión del demonio, sino también la forma en que se manifiesta. A veces Satanás puede llevar a cabo sus siniestros propósitos más eficazmente permitiendo que su víctima retenga sus actividades mentales y físicas bastante intactas y simule piedad. Otras veces, el diablo pervierte la mente y el cuerpo y conduce a la víctima a senderos manifiestamente indignos y malos. 

Los que sólo están parcialmente bajo el dominio de los demonios, o que no manifiestan síntomas que generalmente se relacionan con la posesión demoníaca, con frecuencia son más útiles para el príncipe del 564mal que aquellos que más claramente están bajo su dominio. 

El mismo espíritu malo que poseía al endemoniado de Capernaúm también dominaba a los Judíos descreídos (ver Juan 8: 44; DTG 221; cf. 290, 671, 695-696, 708). judas estuvo "poseído" por el diablo en una forma similar (ver DTG 260, 601; Luc. 22: 3; Juan 6: 70-71; 13: 27; cf. Mat. 16: 23). En casos como éstos, la diferencia principalmente radica en la forma en que los demonios manifiestan su presencia y su poder.

POSESIÓN DEMONÍACA Y EL SISTEMA NERVIOSO HUMANO. Cualquiera sea el grado o cualquiera sea la forma en que los demonios logran el dominio sobre un ser humano, lo hacen mediante el sistema nervioso. Mediante las facultades superiores de la mente -la conciencia, el poder de elección y la voluntad- Satanás toma posesión de la persona. Mediante el sistema nervioso el maligno ejerce dominio sobre sus súbditos. 

La posesión demoníaca no puede realizarse a menos que sea por el sistema nervioso, pues mediante él Satanás tiene acceso a la mente y a su vez domina el cuerpo (cf. Luc. 8: 2; DTG 521). 

Puesto que el sistema nervioso mismo es la primera parte del ser que es afectada por la posesión demoníaca, algunas veces se ven en la persona diferentes afecciones nerviosas, desde un simple nerviosismo hasta la demencia total. Tales males, con frecuencia, son el resultado de entregarse, en una forma u otra, a la influencia y a las sugestiones de Satanás. Sin embargo, las enfermedades del sistema nervioso no acompañan necesariamente la posesión demoníaca, ni son necesariamente una señal de una posesión tal, como tampoco lo son la sordera y la mudez, las que, a veces también acompañan a la posesión demoníaca.

Cada caso de posesión demoníaca descrito en El Deseado de todas las gentes es presentado específicamente con implicación de alguna forma de desorden mental que popularmente se describe como locura, y se destaca que esa condición es el resultado de la posesión demoníaca. Por ejemplo, se describe al hombre poseído por el demonio en la sinagoga de Capernaúm como "loco" y su aflicción como "locura" (DTG 220-221). También se habla de los endemoniados de Gadara como de "locos" y "desaforados" y se dice que sus mentes estaban "extraviadas" (DTG 304; CS 568). 

Al pie del monte de la transfiguración estaba un muchacho poseído del demonio. De él sólo se dice que era "endemoniado" (DTG 396; Mar. 9:18). Los síntomas que se mencionan específicamente son contorsiones del rostro, alaridos, mutilaciones del cuerpo, ojos que despiden como chispas, crujir de dientes, espuma en la boca y convulsiones (Mar. 1: 26; 9: 18-26; Luc. 4: 35; 8: 29; DTG 221, 303, 396). En cada caso, la expulsión de los malos espíritus fue acompañada por un cambio instantáneo y evidente. Hubo una restauración del equilibrio mental y de la salud física en lo que habían sido afectados; volvió la inteligencia (DTG 221, 304), los afligidos se vistieron nuevamente y volvieron en sí (Mar. 5: 15; Luc. 8: 35; DTG 304), y la razón les fue restaurada (DTG 396, 521).

El caso del muchacho poseído del demonio, de Mar. 9: 14-29, merece atención especial. La descripción que se hace del episodio se parece notablemente a una convulsión epiléptica (vers. 18- 20). Pero afirmar que sencillamente se trataba de epilepsia, es rechazar las claras afirmaciones de las Escrituras de que el muchacho era un poseído del demonio. Los escritores de los Evangelios son igualmente explícitos al describir un caso de lo que ciertamente parece ser epilepsia y atribuirlo a posesión demoníaca.

LA POSESIÓN DEMONÍACA Y LAS DOLENCIAS FÍSICAS.- En ciertos casos de posesión demoníaca también había dolencias físicas acompañantes, de una clase o de otra (ver Mat. 9: 32; 12: 22; Mar. 9: 17). Es digno de notar que las dolencias físicas específicamente mencionadas -ceguera y mudez- parecen haber estado relacionadas con los nervios sensoriales y motores de las partes afectadas. Otros males físicos quizá también fueron el resultado de posesión demoníaca. Los que se entregaban, en mayor o menor grado, a la influencia y al dominio de Satanás, pensaban y vivían de una manera tal como para depravar el cuerpo, la mente y el alma (DTG 221, 308; etc.).

SEÑALES DISTINTIVAS DE POSESIÓN DEMONÍACA.- Hasta donde lo ha indicado la Inspiración, las diversas manifestaciones de dolencias físicas y mentales que indicaban posesión demoníaca, en sí mismas y por sí mismas, no eran diferentes de manifestaciones similares atribuibles a causas naturales. Indudablemente, la diferencia no estaba en los síntomas nerviosos y físicos manifestados, sino en el instrumento que los causaba. La Inspiración atribuye esos síntomas a la presencia directa y a la obra de los malos espíritus (CS 568). 565 Pero en sí mismas y por sí mismas las diversas dolencias físicas y mentales no constituían lo que los Evangelios describen como posesión demoníaca. Eran el resultado de la posesión demoníaca.

Sin duda, la creencia popular identificaba los resultados de la posesión demoníaca con la posesión demoníaca misma. Pero el argumento de que, debido a su ignorancia, los escritores de los Evangelios atribuyeron equivocadamente diversas dolencias físicas y nerviosas a la obra de los malos espíritus es rebatido, porque ellos claramente distinguían entre los males comunes corporales por un lado y la posesión demoníaca por el otro (Mat. 4: 24; Luc. 6: 17-18; 7: 21; 8: 2). 

La realidad de la posesión demoníaca también es confirmada por el hecho de que Cristo se dirigía a los demonios como a demonios, y los demonios le respondían como demonios por intermedio de sus desventuradas víctimas (Mar. 1: 23-24; 3: 11-12; 5: 7, etc.). Reconociendo la divinidad de Cristo y el juicio final -hechos que entonces no eran entendidos por la gente en general- los demonios demostraban un conocimiento sobrenatural (Mat. 8: 29; Mar. 1: 24; 3: 11-12; 5: 7; etc.).

Es razonable concluir que la posesión demoníaca, aunque frecuentemente acompañada por dolencias nerviosas o físicas, exhibía sus propios síntomas característicos, pero las Escrituras no dicen cuáles pueden haber sido esos síntomas.

POR QUÉ ERA COMÚN LA POSESIÓN DEMONÍACA.- Es evidente que la posesión demoníaca, en el sentido restringido de los escritores de los Evangelios, era muy común durante el tiempo del ministerio personal de Cristo en la tierra (DTG 222). Quizá durante un tiempo Dios dio a Satanás mayor libertad para que demostrara los resultados de su dominio personal de los seres humanos que voluntariamente elegían servirle. En el monte de la transfiguración los discípulos contemplaron la humanidad transfigurada a la imagen de Dios, y al pie de la montaña a la humanidad degradada a la semejanza de Satanás (DTG 396).

Durante siglos, el diablo había estado procurando el dominio irrestricto de los cuerpos y las almas de los hombres, a fin de afligirles con pecados y sufrimientos y destruirlos finalmente (DTG 222; PP 744). De modo que, cuando apareció nuestro Señor caminando como un hombre entre los hombres, "los cuerpos de los seres humanos, hechos para ser morada de Dios, habían llegado a ser habitación de demonios. Los sentidos, los nervios, las pasiones, los órganos de los hombres, eran movidos por agentes sobrenaturales en la complacencia de la concupiscencia más vil. La misma estampa de los demonios estaba grabada en los rostros de los hombres" (DTG 27). 

Aun la semejanza de la humanidad parecía haber sido borrada de muchos rostros humanos que, en cambio, reflejaban la expresión de las legiones de demonios de los cuales eran posesos (cf. Luc. 8: 27; DTG 303; CS 568). En una forma muy real, la posesión demoníaca representa los abismos de degradación a los cuales descienden quienes responden a Satanás, e ilustra gráficamente aquello en que finalmente se convertirán, cuando se entreguen plenamente al dominio satánico, todos los que rechazan la misericordia de Dios (DTG 308). 5CBA/Nota Adicional De Marcos 1 

MHP 


martes, 6 de abril de 2021

19. LA FE DEL NOBLE.

* Los GALILEOS que volvían de la Pascua trajeron nuevas de las obras admirables de Jesús. El juicio expresado acerca de sus actos por los dignatarios de Jerusalén le preparó el terreno en Galilea. Entre el pueblo, eran muchos los que lamentaban los abusos cometidos en el templo y la codicia y arrogancia de los sacerdotes. Esperaban que ese hombre, que había ahuyentado a los gobernantes, fuese el Libertador que anhelaban. 

Ahora llegaban noticias que parecían confirmar sus expectativas más halagüeñas. Se decía que el profeta se había declarado el Mesías. 

Pero el pueblo de Nazaret no creía en él. Por esta razón, Jesús no visitó a Nazaret mientras iba a Caná. El Salvador declaró a sus discípulos que un profeta no recibía honra en su país. Los hombres estiman el carácter por lo que ellos mismos son capaces de apreciar. Los de miras estrechas y mundanales juzgaban a Cristo por su nacimiento humilde, su indumentaria sencilla y su trabajo diario. No podían apreciar la pureza de aquel espíritu que no tenía mancha de pecado. Las nuevas del regreso de Cristo a Caná no tardaron en cundir por toda Galilea, infundiendo esperanzas a los dolientes y angustiados.

 En Capernaúm, la noticia atrajo la atención de un noble judío que era oficial del rey. Un hijo del oficial se hallaba aquejado de una enfermedad que parecía incurable. Los médicos lo habían desahuciado; pero cuando el padre oyó hablar de Jesús resolvió pedirle ayuda. El niño estaba muy grave y se temía que no viviese hasta el regreso del padre; pero el noble creyó que debía presentar su caso personalmente, con la esperanza de que las súplicas de un padre despertarían la simpatía del gran Médico. Al llegar a Caná, encontró que una muchedumbre rodeaba a Jesús. Con corazón ansioso, se abrió paso hasta la presencia del Salvador. Su fe vaciló cuando vio tan sólo a un hombre 168 vestido sencillamente, cubierto de polvo y cansado del viaje. Dudó de que esa persona pudiese hacer lo que había ido a pedirle; sin embargo, logró entrevistarse con Jesús, le explicó por qué venía y rogó al Salvador que le acompañase a su casa. 

Mas Jesús ya conocía su pesar. Antes de que el oficial saliese de su casa, el Salvador había visto su aflicción. Pero sabía también que el padre, en su fuero íntimo, se había impuesto ciertas condiciones para creer en Jesús. A menos que se le concediese lo que iba a pedirle, no le recibiría como el Mesías. Mientras el oficial esperaba atormentado por la incertidumbre, Jesús dijo: "Si no viereis señales y milagros no creeréis." A pesar de toda la evidencia de que Jesús era el Cristo, el solicitante había resuelto creer en él tan sólo si le otorgaba lo que solicitaba. 

El Salvador puso esta incredulidad en contraste con la sencilla fe de los samaritanos que no habían pedido milagro ni señal. Su palabra, evidencia siempre presente de su divinidad, tenía un poder convincente que alcanzó sus corazones. 

Cristo se apenó de que su propio pueblo, al cual habían sido confiados los oráculos sagrados, no oyese la voz de Dios que le hablaba por su Hijo. Sin embargo, el noble tenía cierto grado de fe; pues había venido a pedir lo que le parecía la más preciosa de todas las bendiciones. 

Jesús tenía un don mayor que otorgarle. Deseaba no sólo sanar al niño, sino hacer participar al oficial y su casa de las bendiciones de la salvación, y encender una luz en Capernaúm, que había de ser pronto campo de sus labores. Pero el noble debía comprender su necesidad antes de llegar a desear la gracia de Cristo. 

Este cortesano representaba a muchos de su nación. Se interesaban en Jesús por motivos egoístas. Esperaban recibir algún beneficio especial de su poder, y hacían depender su fe de la obtención de ese favor temporal; pero ignoraban su enfermedad espiritual y no veían su necesidad de gracia divina. Como un fulgor de luz, las palabras que dirigió el Salvador al noble desnudaron su corazón. Vio que eran egoístas los motivos que le habían impulsado a buscar a Jesús. Vio el verdadero carácter de su fe vacilante. Con profunda angustia, comprendió que su duda podría costar la vida de su hijo. Sabía 169 que se hallaba en presencia de un Ser que podía leer los pensamientos, para quien todo era posible, y con verdadera agonía suplicó: "Señor, desciende antes que mi hijo muera." Su fe se aferró a Cristo como Jacob trabó del ángel cuando luchaba con él y exclamó: "No te dejaré, si no me bendices." (Génesis 32:26).

Y como Jacob, prevaleció. El Salvador no puede apartarse del alma que se aferra a él invocando su gran necesidad. "Ve --le dijo,-- tu hijo vive." El noble salió de la presencia de Jesús con una paz y un gozo que nunca había conocido antes. No sólo creía que su hijo sanaría, sino que con firme confianza creía en Cristo como su Redentor. A la misma hora, los que velaban al lado del niño moribundo en el hogar de Capernaúm presenciaron un cambio repentino y misterioso. La sombra de la muerte se apartó del rostro del enfermo. 

El enrojecimiento de la fiebre fue reemplazado por el suave tinte de la salud que volvía. Los ojos empañados fueron reavivados por la inteligencia y fue recobrando fuerza el cuerpo débil y enflaquecido. No quedaron en el niño rastros de su enfermedad. Su carne ardiente se tornó tierna y fresca, y cayó en profundo sueño. La fiebre le dejó en el mismo calor del día. La familia se asombró, pero se regocijó mucho. La distancia que mediaba de Caná a Capernaúm habría permitido al oficial volver a su casa esa misma noche, después de su entrevista con Jesús. Pero él no se apresuró en su viaje de regreso. 

No llegó a Capernaúm hasta la mañana siguiente. ¡Y qué regreso fue aquél! Cuando salió para encontrar a Jesús, su corazón estaba apesadumbrado. El sol le parecía cruel, y el canto de las aves, una burla. ¡Cuán diferentes eran sus sentimientos ahora! Toda la naturaleza tenía otro aspecto. Veía con nuevos ojos. 

Mientras viajaba en la quietud de la madrugada, toda la naturaleza parecía alabar a Dios con él. Mientras estaba aún lejos de su morada, sus siervos le salieron al encuentro, ansiosos de aliviar la angustia que seguramente debía sentir. Mas no manifestó sorpresa por la noticia que le traían, sino que, con un interés cuya profundidad ellos no podían conocer, les preguntó a qué hora había empezado a mejorar el niño. Ellos le contestaron: "Ayer a las siete le dejó la fiebre." En el instante en que la fe del padre había aceptado el aserto: "Tu hijo vive," el amor divino había tocado al niño moribundo. 170 El padre corrió a saludar a su hijo. Le estrechó sobre su corazón como si le hubiese recuperado de la muerte, y agradeció repetidas veces a Dios por su curación maravillosa. El noble deseaba conocer más de Cristo, y al oír más tarde sus enseñanzas, él y toda su familia llegaron a ser discípulos suyos. Su aflicción fue santificada para la conversión de toda su familia. Las nuevas del milagro se difundieron; y en Capernaúm, donde Cristo realizara tantas obras maravillosas, quedó preparado el terreno para su ministerio personal.

El que bendijo al noble en Capernaúm siente hoy tantos deseos de bendecirnos a nosotros. Pero como el padre afligido, somos con frecuencia inducidos a buscar a Jesús por el deseo de algún beneficio terrenal; y hacemos depender nuestra confianza en su amor de que nos sea otorgado lo pedido. 

El Salvador anhela darnos una bendición mayor que la que solicitamos; y dilata la respuesta a nuestra petición a fin de poder mostrarnos el mal que hay en nuestro corazón y nuestra profunda necesidad de su gracia. Desea que renunciemos al egoísmo que nos induce a buscarle. Confesando nuestra impotencia y acerba necesidad, debemos confiarnos completamente a su amor. 

El noble quería ver el cumplimiento de su oración antes de creer; pero tuvo que aceptar el aserto de Jesús de que su petición había sido oída, y el beneficio otorgado. También nosotros tenemos que aprender esta lección. 

Nuestra fe en Cristo no debe estribar en que veamos o sintamos que él nos oye. Debemos confiar en sus promesas. Cuando acudimos a él con fe, toda petición alcanza al corazón de Dios. Cuando hemos pedido su bendición, debemos creer que la recibimos y agradecerle de que la hemos recibido. Luego debemos atender nuestros deberes, seguros de que la bendición se realizará cuando más la necesitemos. Cuando hayamos aprendido a hacer esto, sabremos que nuestras oraciones son contestadas. Dios obrará por nosotros "mucho más abundantemente de lo que pedimos," "conforme a las riquezas de su gloria," y por la operación de la potencia de su fortaleza." (Efesios 3:20,16; 1:19). DTG/EGW/MHP

(Este capítulo 20. Está basado en San Juan 4:43-54).